martes, 24 de octubre de 2017

Una mirada al origen prehispánico del Día de muertos

Actualmente el Día de muertos es una celebración mexicana que tiene fascinado a todo el mundo, la importancia que tiene este día es porque en él recordamos a nuestros difuntos. Recordar en el sentido etimológico (re, “de nuevo” y cordare que proviene de “cordis”, “corazón”)  “traído de nuevo al corazón”, mediante lo que lo hizo vivir, lo que lo hizo gozar el mundo. Sin embargo, poco a poco muchos están confundiendo estas fechas con el Halloween de otros países. Es por ello que intentamos buscar las raíces de la celebración mexicana tradicional para entender realmente la esencia de este ritual. Esta vez nos remontaremos al México prehispánico, al nacimiento indígena de esta tradición que además estuvo muy cerca de extinguirse.

Origen
La celebración del Día de muertos se originó en el México prehispánico como un culto a los muertos. Para los mexicas consistía en una serie de funerales destinados a encaminar el alma del difunto hacia el lugar que le correspondía según la causa de su muerte. Dicho funeral era una fiesta a los muertos que simbolizaba ritualmente la separación del difunto de la comunidad de los vivos.

Durante los cuatro meses y los cuatro años que seguían a un fallecimiento, se realizaban distintas ceremonias en diversas fechas y modalidades para ayudar al difunto a llegar al inframundo que le correspondía según cómo había muerto. Como ya mencionamos, para los mexicas el destino final de los hombres no estaba determinado por la conducta moral adoptada en vida, sino por la manera en que se abandonaba este mundo. Es por ello que los mexicas concebían cuatro diferentes inframundos que albergaban a sus muertos:


 1) Tlalocan (el lugar de Tláloc), imperado por el dios de la lluvia y de los terremotos, era el lugar al que llegaban las personas que morían ahogadas, por un rayo o por hidropesía, aunque también acogía a los que morían de lepra. Tlalocan era descrito por los mexicas como un lugar lleno de felicidad en donde había toda clase de árboles frutales, maíz, frijol y chía. Como se decía que este lugar era un paraíso, se consideraban dichosos los que morían por dichas razones, tanto así que se decía que los dioses Tlaloques escogían a quién se querían llevar al paraíso para acompañarlos.  
2) El Cincalco (el lugar del templo del maíz divinizado) regido por  Cintéotl, dios del maíz y Chicomecóatl, era a donde llegaban los niños que morían en su tierna niñez, debido a que eran aquellos que voluntariamente entregaron su vida para dar nueva fuerza al maíz pues cuando moría un infante se le enterraba frente al granero junto a las trojes donde se guardaba principalmente el grano y otros mantenimientos. En este lugar los niños eran alimentados en Chichihuacalco (el lugar del árbol de los pechos) por un árbol que los dotaba de néctar vegetal. 


3) Tonatiuh ichan (la casa del sol) era a donde llegaban los que habían muerto al filo de la obsidiana, es decir, los guerreros que murieran en batalla y las mujeres muertas en el parto -ya que de igual manera eran consideradas guerreras-. En este inframundo los guerreros llevaban el sol desde el este hacia el cenit para después seguir disfrutando del paraíso. Si las almas cumplían cuatro años en la casa del sol, podían pasear también por su tierra convertidos en colibrí o en alguna otra ave de hermoso plumaje.



4)Mictlán (el lugar de los muertos) era imperado por Mictlantecuhtli y su señora Mictecacíhuatl, ambos caracterizados como esqueletos. Los difuntos que llegaban aquí eran aquellos que perecían por una muerte natural o de enfermedades que no tenían un carácter sagrado, es por ello que se consideraba la morada de la mayoría de muertos. No sólo bastaba morir de manera natural para poder entrar al reino de Mictlantecuhtli, para poder acceder a este lugar se tenían que superar previamente nueve obstáculos o pruebas. Esta odisea duraba cuatro años durante los cuales podían volver a casa a comer algo para recuperar las fuerzas. Los nueve obstáculos del Mictlán eran los siguientes:
  1. Itzcuintlán (lugar donde habita el perro): El difunto tendría que cruzar el río ancho Apanohuáyan (lugar donde se cruza el río) y para atravesarlo necesitaría de la fuerza de su perro Xoloitzcuintle, que en vida se criaba sólo para esta prueba, por lo tanto, cuando el dueño moría, se sacrificaba al perro. Al perro se le ponía un hilo flojo de algodón en su pescuezo para cuando él y su amo llegasen a Apanohuáyan donde si el perro lo reconocía como su verdadero amo, lo cruzaba a cuestas nadando y lo despojaba de sus vestimentas mortales, pero si en vida el muerto no había tratado bien a algún perro, su cadáver permanecía ahí por toda la eternidad como castigo sin liberar el tonalli (su alma).

Por esta razón Pixar pondrá un xoloescuincle en la película del día de muertos, Coco

  1. Tépetl Monamicyan (lugar de los cerros que se juntan): Aquí existían dos cerros que se abrían y se cerraban chocando entre ellos de manera continua, los cadáveres de los muertos debían cruzar entre ellos sin ser triturados.


  1. Itztépetl (el cerro de obsidiana, navaja, cuchillo, etc.): Los cadáveres de los muertos tenían que escalar un cerro cubierto de filosos pedernales que los  desgarraban. 



  1. Itzehecáyan (lugar del viento de obsidiana): Los muertos tenían que atravesar un lugar desolado lleno de hielo y piedra abrupta compuesta por una sierra con aristas cortantes que a su vez estaba integrada por ocho colinas en las que siempre caía nieve: Cehuecáyan (el lugar que tiene un hábitat con nieve).


  1. Pancuecuetlacáyan (lugar donde la gente vuela y se voltea como banderas): Ubicado al pie de la última colina del Itzehecáyan, era donde empezaba una zona desértica de ocho páramos y donde existían vientos congelantes que cortaban los cadáveres de los muertos con múltiples puntas de pedernal mientras lo atravesaban.


  1. Temiminalóyan (lugar donde la gente es flechada): Los difuntos cruzaban por un extenso sendero en cuyos lados había manos invisibles que enviaban puntiagudas saetas con la intención de acribillar los cadáveres de los muertos. El muerto debía evitar los flechazos para no desangrarse.




  1. Teyollocualóyan (lugar donde se come el corazón de la gente): Aquí habitaban fieras salvajes que abrían los pechos de los muertos para comerles el corazón, sin él el difunto caería en un río de profundas aguas negras.



  1. Itzmictlán Apochcalocán (lugar de la muerte por obsidiana y del templo que humea con agua): Estaba lleno de niebla grisácea que enceguecía a los muertos.


  1. Chicunahuápan (lugar de los nueve ríos):  Los muertos tenían que cruzar un valle lleno de nueve hondos ríos. 

    Tras una larga trayectoria, los muertos llegaban al Mictlán, donde finalmente se libraban de su alma y lograban así el tan anhelado descanso al recibir una grata compensación, el poder dormir su sueño mortal.

    Fiestas de difuntos
    A diferencia de la celebración del día de muertos actual, las festividades prehispánicas referentes a sus difuntos eran celebradas en diferentes fechas, ya que, como se dijo, las celebraciones dependían del inframundo al que el difunto se dirigiera.

    Los que iban a Mictlán se festejaban en el mes tilitl, en que se redimía el envejecimiento anual mediante el sacrificio de la diosa anciana Ilamatecuhtli, la cual era una figura hecha de palos de ocote y papeles. Allí ponían mucha comida y le prendían fuego a la diosa para alimentar a sus difuntos. Es decir que la memoria de los que murieron en la vejez o por causas naturales coincidía con la culminación anual del envejecimiento del tiempo y sus fiestas. Mientras que los que iban a Tlalocan se recordaban en la fiesta de los montes Tepeilhuitl.

    A los que iban a la casa del sol, los guerreros, se les celebraba cada día, ya que ellos llevaban el sol desde el oriente hasta el cenit mientras que las mujeres lo bajaban del cenit al poniente. Algunos otros dicen que los muertos en guerra se festejaban en dos meses del calendario indígena cerca del octavo mes (que se le llamaba Micailhuitzintli que quiere decir fiesta pequeña de los muertos) porque se le hacía fiesta al dios de la guerra como sufragio a los que habían muerto en batallas. Hay incertidumbre en cuanto a la fecha del festejo de los pequeños que se iban a Cincalco, ya que Micailhuitzintli puede traducirse como fiesta pequeña de los muertos o, como otros historiadores la llaman, “fiesta de los muertos pequeños”.

    Se dice que en el caso de ser “la fiesta pequeña” es parte de un binomio y constituye una preparación para la Hueymiccailhuitl, la “gran fiesta de los difuntos”, que era el mes siguiente. En el otro caso, si significa “la fiesta de los muertos pequeños”,  un mes se conmemoraba a los niños y el siguiente a los hombres. Actualmente se cree más en la segunda interpretación, que dice que las celebraciones se hacían cada una en un mes: en Micailhuitzintli y  Hueymiccailhuitl, respectivamente agosto y septiembre. Es decir, en agosto se conmemoraba a los niños y en septiembre a los hombres.
    Son muchos los rituales, fechas y maneras que nuestros antepasados prehispánicos utilizaban para ofrendar a sus difuntos y para ayudarlos a llegar al inframundo que les correspondía según su muerte. Estas diferentes fechas se deben a que siempre las ceremonias de muertos iban adjuntas a la celebración de la deidad relacionada al inframundo en cuestión, pero muestran la diversidad y la importancia que tenía la tradición del Día de muertos desde su origen indígena más remoto.

    La conquista

    Como nos ha contado la historia tantos años, el 13 de agosto de 1521 el estado mexica o azteca fue conquistado por los españoles encabezados por Hernán Cortés. Hay que recordar que la conquista española no sólo fue territorial, sino también espiritual, ya que los españoles buscaron hispanizar y evangelizar a los indígenas durante el siglo XVI. Dicha evangelización fue una de las justificaciones de la conquista, por lo que después de la llegada de los españoles el culto de los muertos indígena fue prohibido por los frailes, ya que era considerado una actividad pagana. 

    La celebración tradicional estuvo a punto de extinguirse, pero por suerte había fiestas cristianas que conmemoraban a los difuntos, en específico el Día de Todos los Santos.  En este día la Iglesia católica celebra una fiesta solemne por todos aquellos difuntos que, habiendo superado el purgatorio, se han santificado totalmente, han obtenido la visión beatífica y gozan de la vida eterna en la presencia de Dios. Este día también se celebra en honor a todos los que no están canonizados pero viven ya en la presencia de Dios: los muertos. Los indígenas nahuas aprovecharon la oportunidad y fundieron poco a poco ambas tradiciones para no tener que ocultarse para llevar a cabo su culto y para tampoco perder por completo sus ritos antiguos. Con el tiempo se celebró la fiesta de los muertos pequeños el día primero de noviembre y la de los grandes el 2 de noviembre. 

    El inframundo de los mexicas, el Mictlán, es ante todo la tierra donde se inhumaban los cadáveres o las cenizas de los cuerpos incinerados y de donde para ellos brotaba la vegetación y el alimento  que  nutre  a  los  hombres.  El ser que pasa de la vida a muerte, paradójicamente no ha dejado de “vivir” ya que la putrefacción de su cadáver está “sembrada” en el cuerpo fértil de la madre-tierra y es parte del ciclo vital. Es por ello que había sumo respeto por parte de los prehispánicos hacia sus muertos. Tradicionalmente se les preparaban ofrendas a los queridos difuntos y se les conmemoraba con la finalidad de nutrirlos para que pudieran llegar a su destino, así como ellos ayudaban a que hubiera abundancia de alimentos para ellos.

    No hay duda de que la tradición indígena forjó lo que hoy en día es para nosotros mexicanos, y ante el mundo entero, el Día de muertos. La visión indígena sobre la muerte y las múltiples celebraciones que realizaban en honor a sus muertos resaltan valores mexicanos que perduran hasta nuestros tiempos e, indudablemente, es algo que debemos conocer y rememorar con orgullo, ya que nos otorgaron un día para volver a recordar y sentir a aquellos que nos ayudaron a descubrir y gozar el mundo.

1 comentario:

  1. Definitivamente, prefiero nuestra celebración ya cristianizada...la prehispánica era muy sangrienta o macabra. Cómo investigan chicos!!! felicidades

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