martes, 21 de noviembre de 2017

Sor Juana (1ª parte): un intelecto libertador

"Inundación Castálida", Jorge Sánchez Hernández
Para comprender el valor de Sor Juana Inés de la Cruz hay que transportarse al siglo XVII: una época en la que la Iglesia católica se defiende a capa y espada con la Inquisición, en que el Virreinato de la Nueva España está lejos de terminarse y en la cual el arte, la literatura y el Barroco están en su apogeo por el Siglo de Oro español. Debido a la amplitud de la obra y del impacto de Sor Juana, hemos decidido dividir nuestro escrito en dos partes con el fin de adentrarnos un poco mejor y vislumbrar mejor su grandeza.

Si bien el esplendor de Sor Juana aún resuena en nuestros tiempos, se hizo público hasta el siglo XX, específicamente en 1910 cuando Amado Nervo publicó la obra Juana de Asbaje. Pero no cabe duda de que Juana transgredió toda una época y es, desde ese momento hasta nuestros días, una de las mujeres más reconocidas en América.


Rebeldía e intelecto
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació el 12 de noviembre de 1648 (o 1651 según la fuente) en San Miguel Nepantla –en el actual Estado de México– en el seno de una familia criolla acomodada de la Nueva España. A los 3 años se mudó a la Hacienda de Panoaya –en Amecameca–, lugar que arrendaba su abuelo materno.
Hacienda de Panoaya, Amecameca (Edo. Mex.)
Cuando uno visita la Hacienda de Panoaya y se encuentra ante su estructura, comienza a transportarse a una época lejana; pero no es sino hasta que se levanta la vista, se observa el deslumbrante paisaje de los volcanes enamorados –el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl– y siente la frescura de los campos circundantes que se comprende por qué la belleza, la curiosidad y la magnanimidad forjaron a una pequeña niña para convertirla en una de las mentes femeninas más importantes de todos los tiempos del continente americano.

Capilla donde Juana leía en la Hacienda de Panoaya
Desde chica la caracterizó su curiosidad y su afán insaciable de aprender y conocer sobre todo. Aprendió a leer a la corta edad de 3 años con la maestra de su hermana mayor. Contrario a lo que suele decirse sobre la época, las mujeres sí tenían acceso a la educación; Juana asistió a la escuela en Amecameca y no perdió oportunidad para hundirse en la lectura y el estudio autodidacta de cuanto tema hablaran los libros de la amplísima biblioteca que tenía su abuelo -que, de hecho, leía con todo su consentimiento-. Su talento era tal que a los 8 años compuso su primera obra, una loa dedicada a la celebración de Corpus del pueblo. El deseo de aprender era tan inmenso que narra que cuando no aprendía, se cortaba el cabello o se privaba de sus alimentos favoritos como castigo porque, en sus palabras, “no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno”. Su anhelo de ampliar sus conocimientos siempre fue mayor que cualquier otro. Este deseo incrementó cuando se enteró de que en la Ciudad había universidad para los varones, incluso llegó a pedirle a su madre que la dejara vestirse de hombre para asistir.
"La dama de la virreina", Jorge Sánchez Hernández
Aproximadamente cuando Juana tenía 9 años, fallece su querido abuelo y la mandan a la Ciudad a vivir con una tía. Su pasión por saber continuó creciendo junto con ella: aprende rápidamente el latín y se avoca en la lectura de los autores latinos en su lengua original. En el ambiente citadino el entonces virrey –Antonio Álvarez de Toledo– oye hablar de la belleza e inteligencia de la tal Juana. No pasa mucho tiempo para que Juana, a los 13-15 años fuera invitada a ocupar un lugar en la corte del virrey como invitada de su esposa  –Leonor Carreto o “Laura”, como Juana solía llamarla–. Al poco tiempo, impactado por la sabiduría de la muchacha, el virrey reunió a un grupo de intelectuales de la época –teólogos, filósofos, científicos, catedráticos, etc.– para someterla a una variada gama de preguntas que pusieran a prueba su conocimiento. El resultado dejó perpleja a la audiencia de dicha reunión, pues se cuenta que la joven intelectual respondió con fluidez y conocimiento de causa a todas y cada una de las preguntas que le lanzaron.

A pesar de su extraordinaria belleza, Juana jamás presentó interés por la vida matrimonial pues, una vez más, el amor a la sabiduría era mucho mayor en ella que cualquier otro vínculo. Al contrario, se inclinó por la vida religiosa pues volcada en esa vida, en el silencio y el aislamiento del mundo podía continuar instruyéndose dentro de las bibliotecas. A los 19 años ingresó al convento San José de Santa Teresa la Antigua –de carmelitas descalzas–, pero a los pocos meses lo abandona debido a la exigencia de la congregación y un año después entra al convento de San Jerónimo.

Cocina de la Hacienda de Panoaya
En la congregación de monjas jerónimas puede llevar una vida intelectual y religiosa, donde su pasión intelectual continúa aumentando día a día a la vez que su ignorancia era menor, pues como ella decía “leía no para saber más, sino para ignorar menos”. Escribió la monja que “si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”, de modo que es de admirar no solamente su intelecto sino esa capacidad tan única de no dejar pasar jamás ninguna oportunidad para ampliar y poner a prueba el conocimiento, para reflexionar y encontrar el asombro y la grandeza de lo más pequeño.
"En la cocina", Jorge Sánchez Hernández

La inteligencia y la producción literaria de la monja fue amplísima y abarca desde poemas hasta obras teatrales, villancicos, canciones, cartas y ensayos… Además, por obvias razones, su escritura era no es impecable, sino que su estilo está lleno de figuras retóricas, versos, alusiones a otros temas y una profundidad que con tan solo leerla se muestra. Entre su obra destacan su poesía personal, tres obras dramáticas (
Los empeños de una casa en 1683, Amor es más laberinto en 1689 y La segunda Celestina), tres auto sacramentales –teatro que aborda temas religiosos para presentar en público– entre 1689 y 1692 (El divino Narciso, El cetro de José y El mártir del sacramento) y su Primero sueño –que se ahondará en el siguiente post–. Debido a la belleza de su obra, al calibre de su pluma y a los encantos de su pensamiento fue llamada en su época la Décima musa; eran pues las nueve musas originales –Calíope, Erato, Terpsícore y sus poesías, Melpómene y su tragedia, Talía y su comedia, Polimnia y Euterpe y su música, Clío y la historia, Urania y las ciencias– y Sor Juana con todo su esplendor.

Sor Juana –a quien llamaron también el Fénix de América por su grandeza– leía y escribía en cada momento libre o de descanso dentro de la vida conventual y destacó siempre que la capacidad de aprendizaje era inherente al ser humano, por lo que en su obra abarca temas tan diversos como todo aquello que estudió y tan variados como el mismo ser humano. Por encargo escribió algunos de sus poemas “personales” y obras de corte político como expresiones de alabanza o adulación para recibir a virreyes y diplomáticos. Por ejemplo, en 1680 escribió su Neptuno alegórico, en el que comparó al nuevo virrey, Tomás de la Cerda y Aragón, con el dios Neptuno para darle la bienvenida al monarca y a su esposa, María Luisa Manrique de Lara (Condesa de Paredes de Nava). Con esta pareja la monja mantuvo una relación bastante cercana, sobre todo con la virreina, “la divina Lysi” como Juana la llamó en tantos versos. De hecho se cuenta que el virrey protegía a Sor Juana de los abusos eclesiásticos que le exigían dejar la labor intelectual y que, al ser destituido del cargo, el español llevó consigo los tomos con las obras de la monja para publicarlos en Madrid.

Defensora de la libertad
"Carta Atenagórica", Jorge Sánchez Hernández
En 1690 escribe la Crisis de un sermón (o mejor conocida como, la Carta atenagórica) como respuesta a un sermón de un padre jesuita de Portugal, Antonio de Vieyra. En este texto –publicado sin su consentimiento–, Sor Juana realiza varias precisiones al sermón de Vieyra de la mano de los textos sagrados y de los Doctores de la Iglesia: aclara que Cristo no se ausentó luego de su muerte, sino que en su muerte radica el cúlmen de lo más perfecto que pudo hacer y el amor más grande en tanto que se entrega por los hombres. Como fuere, la carta no fue muy bien recibida. Al poco tiempo una tal “Sor Filotea de la Cruz” –pseudónimo utilizado por el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz– escribe en contra de Sor Juana y la amenaza, remitiendo también a pasajes de las Sagradas Escrituras que parecen condenar a las mujeres que se atreven a hablar.
Por supuesto que, una vez más, la jerónima no iba a permanecer callada. En 1691 escribe su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, un texto de carácter bastante autobiográfico en el que responde y desmiente dicha acusación y narra su interés innato por conocer y cultivarse. De nuevo, se vale de la Biblia y de las doctrinas religiosas para argumentar y ejemplificar cómo la mujer es igualmente capaz de saber que el hombre debido, principalmente, a la libertad y a la misma naturaleza humana.
Desde dentro del ámbito religioso, Sor Juana destaca las diferencias imperantes entre el género masculino y el femenino en el siglo XVII: la mujer juega un papel claramente inferior y debe callar, siguiendo una lectura de la doctrina de San Pablo (I Corintios, 14:34). Sin duda Sor Juana realza en su obra la capacidad de la mujer, sin embargo, este mismo rasgo y cierta tendencia –que desde cierto análisis podría observarse en parte de su obra debido también al profundo lazo que la unía con la virreina María Luisa– ha sido leído como feminista. Por esta razón la imagen de la monja llega a ser el estandarte de movimientos feministas en la actualidad; pero la verdadera intención de la Décima musa parece estar lejos de esta interpretación. Si bien es autora de la famosa redondilla (92):
“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?…”
y acusa el comportamiento del hombre frente a la mujer, Sor Juana no solamente intenta reivindicar el valor femenino, sino que lo hace con un objetivo mayor: defender la libertad y la capacidad del ser humano. Su anhelo es denunciar la autoridad, romper las ataduras culturales impuestas y recuperar la esencia humana. Lo que es impresionante es cómo Juana de Asbaje se atreve a hablar desde el silencio femenino inherente de la época; cuestiona el poderío, la ignorancia que reina en los altos mandos y –desde su papel de una mujer intelectual–, plantea dichos cuestionamientos y se posiciona como una de las mentes más brillantes de su época. Al cuestionar la autoridad, Sor Juana apuesta por la libertad y por el mérito intelectual que todo ser humano puede desarrollar.
"Sátira filosófica", Jorge Sánchez Hernández
Por su impacto en la vida de sus tiempos, Sor Juana fue un punto de quiebre y un continuo referente. Para bien y para mal. La época no logró mantener en silencio a la monja, quien tenía algo –quizá su mismo cuestionamiento implacable– que alborotaba los ánimos de la comunidad religiosa y provoca revuelo a su alrededor. Algunas fuentes dicen que fue acusada de herejía y por desacatar la autoridad, por lo que el arzobispo y la Iglesia le exigieron dejar de escribir y desprenderse de sus bienes materiales –incluidos todos sus escritos–; otras dicen que abandonó su quehacer intelectual y artístico para abocarse por completo a la contemplación y a su vocación religiosa; el hecho es que entre 1693 y 1964 deja de escribir y muere en 1695.

No cabe duda que el espíritu transgresor de Sor Juana rompió paradigmas en su época, en un tiempo en el que el ser humano estaba atado. A pesar de vivir en un mundo que la persiguió y juzgó, Sor Juana no paró jamás de “poner bellezas en su entendimiento que no su entendimiento en bellezas”, o sea que en vez de preocuparse por las cosas pasajeras y banales, siempre se preocupó por seguir cultivando su mente y espíritu con cuanto pudiera aprender. Porque justo esa capacidad humana es un don divino. No cabe duda de que aunque fuera “una pobre monja” tenía un “furor divino”, era un “ave rara, que sólo en un Mundo Nuevo pudiera hallarse” (Fernández, 1995).


Datos interesantes

*Sor Juana era la imagen del billete de 1000 pesos, pero este billete desapareció con la devaluación y el recorte de los tres ceros al peso.

*Como sabemos, actualmente Sor Juana es la imagen del billete de 200 pesos, pero de hecho la imagen que figura al reverso es del interior de la Hacienda de Panoaya, el lugar donde pasó la mayor parte de su infancia la niña Juana. El lugar, que preserva según el INAH construcciones originales de aquella época, puede visitarse y funge como un pequeño parque con múltiples actividades.

*Los restos de Sor Juana descansan en el coro del antiguo convento de San Jerónimo –lugar donde Sor Juana pasó la mayor parte de su vida–. El convento es ahora la sede de la Universidad del Claustro de Sor Juana. El claustro se puede visitar de lunes a sábado (de 10am a 6pm).
Antiguo Convento de San Jerónimo, UCSJ (CDMX)
*El premio Nobel mexicano de literatura, Octavio Paz, publicó en 1982 un ensayo titulado Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. En este texto de corte biográfico, histórico y literario, Paz relata la vida de Sor Juana a partir del contexto y de tres hechos que considera relevantes: el convento de San Jerónimo, su relación con la virreina María Luisa y su renuncia a escribir. La visión que Paz exhibe en su obra es para algunos muy respetable, fidedigna y la consideran el escrito sobre Sor Juana de mayor autoridad, mientras que para otros estudiosos de la monja resulta bastante imprecisa.

*En 1990, María Luisa Bemberg (de Argentina) dirigió Yo, la peor de todas, un filme basado en el ensayo de Octavio Paz. La obra pretende ser una biografía histórica de la monja desde una mirada femenina aportada por la visión de la directora. La película es uno de los referentes cinematográficos femeninos más reconocidos.

*El 12 de noviembre de este año Google conmemoró el aniversario 366 de Sor Juana con un doodle dedicado a la mexicana.

*Sor Juana fue contemporánea de Carlos de Sigüenza y Góngora. Ambos fueron los íconos de la época barroca en la Nueva España, por lo que muchas veces se ha intentado encontrar un paralelismo entre ambos autores –sobre todo en el Neptuno de la jerónima y el Teatro de virtudes políticas que constituyen a un Príncipe de Sigüenza–. No hay certeza sobre dónde y bajo qué circunstancias se conocieron, pero por la época, seguro fue en el contexto intelectual de la corte mientras Sor Juana estaba ya en el convento y Sigüenza era catedrático de la Universidad.
*Carlos de Sigüenza y Góngora, como homenaje a Sor Juana tras su muerte, escribió en 1695 el Elogio fúnebre de Sor Juana Inés de la Cruz.

*El Fondo de Cultura Económica tiene la colección completa de obras de Sor Juana en cuatro tomos.

*La mini-serie mexicana, Juana Inés, intenta exhibir la vida y la obra de la monja. Fue co-producida por Canal Once y Bravo Films en 2015 y protagonizada por Arcelia Ramírez.

1 comentario:

  1. Siempre polémica la noble figura de la mujer virreinal. Siempre se agradece cualquier línea que hable de Sor Juana, aún cuando, a veces, se pueda disentir en algunos aspectos. Siempre alegra la vista su figura y se motiva el entendimiento con cada línea en que aparece su nombre. Siempre grande, siempre bella, siempre auténtica, siempre santa la monja que supo enaltecer el hábito de su Orden.

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