lunes, 22 de enero de 2018

Octavio Paz y su reflexión sobre la mexicanidad

Caricatura de Román Rivas
El hombre a través de la historia se ha tratado de definir a sí mismo de muchas maneras dependiendo de la época, de la rama de su ciencia, de sus creencias, etc. Esta constante insistencia de definirse es producto de la angustia por entender la realidad, por entenderse a sí mismo, descubrir y desenterrar el desconocido que lo habita.

Desde el filósofo Aristóteles es bien sabido que las definiciones intentan determinar la esencia de una cosa buscando su diferencia específica. Es decir, al definir algo buscamos plasmar lo que lo distingue del género próximo. Ejemplo: El hombre (especie) es un animal (género) racional (diferencia), por lo tanto, el hombre proviene del género animal, pero se distingue de ellos por ser racional.

Como ya mencionamos, el concepto “hombre” está dotado de diversas definiciones pero lo que realmente lo distingue es su raciocinio. Luego, su mayor virtud y también mayor condena es ser un ser que se pregunta, que todo el tiempo se cuestiona; y algunas de las preguntas más frecuentes en cada individuo son: ¿Quién soy yo? ¿Qué soy? ¿Qué no soy? Estas preguntas a su vez desencadenan más y más cuestionamientos que empiezan a hacerse más específicos en cada individuo sediento de entender su identidad.

En su estadía como Segundo Secretario de la Embajada de México en París, Octavio Paz (1914-1988) se sentía solo y encontró cobijo en su nación, en su México, al entenderlo como un país solitario, aislado, lejos de la corriente central de la historia universal. Ante este sentimiento de identificación, el mexicano fue atacado por preguntas encaminadas a una búsqueda de identidad geográfica: ¿Qué es la mexicanidad? ¿Qué es ser mexicano? Paz decide dedicar las tardes de los viernes y los fines de semana a responder estas preguntas en su famoso escrito El laberinto de la soledad. Muchos consideran dicha obra como un tratado psicológico o sociológico, pero la realidad es que para Octavio solo es una tentativa para entender a su país y, al entender un poco de él, tratar de entenderse a sí mismo y a sus semejantes.  
  
Es por ello que a partir de varias obras filosóficas, psicológicas y ensayos trataremos de aproximarnos a esas preguntas que atormentaron a tantos pensadores nacionales: ¿Qué es ser mexicano? ¿Qué es la mexicanidad? En esta ocasión se tratará de abordar desde el mismo Laberinto de la soledad (1950) del mexicano ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990, Octavio Paz.

Antes de empezar quisiera hacer hincapié en el concepto que Paz tiene de “historia”, pues es clave para entender su obra. Para el autor el hombre es histórico, pero esto no quiere decir solamente que el hombre es producto de la historia, ni que la historia es producto de la voluntad humana; sino que el hombre es la historia. Así, historia y hombre son un binomio inseparable y ambos son copartícipes de la realidad: la historia está formada por las decisiones del hombre, pero también la cultura y las prácticas humanas están determinadas por su historia.

El sentimiento colectivo de soledad

Para Paz la historia de México es la del hombre que busca su origen, su filiación, esa pertenencia de la que fue desprendido en la Conquista española. Y al igual que Samuel Ramos, Octavio ve en el mexicano un sentimiento profundo de inferioridad que le provoca desconfianza de sus capacidades para crear y pensar. Ve natural este sentimiento en los mexicanos ya que apenas hasta 1950 hubo una pausa, un despertar de los individuos de una inestabilidad social a causa de tantos años de guerras y México por fin tuvo tiempo para reflexionar sobre sí mismo.

Según el autor este sentimiento de inferioridad es una ilusión, un síntoma que yace de un pesar aún más profundo: la soledad. Y este pesar a su vez se origina de un sentimiento de orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados de esos orígenes, cosmovisiones y rituales nuestros con los que se buscaban restablecer los lazos con que nos unimos a la creación. Debido a que después de la Conquista los mexicanos apropiaron un lenguaje, cosmovisiones e ideologías que no eran suyas y que tampoco fueron concebidas por ellos.

La realidad es que es imposible tratar de borrar un acontecimiento histórico o intentar ignorar partes de la historia, el mexicano actual es irremediablemente producto de la mezcolanza de la cultura española y las herencias indígenas. El mexicano tiene algo muy característico que otros países repudian: contempla el horror; ve de frente temas fuertes como la muerte, la miseria, la pobreza, etc. La cultura mexicana está llena de estos temas, desde el Día de muertos, los velorios, las imágenes religiosas en las iglesias de Cristos torturados y ensangrentados. Según Paz, este culto por el masoquismo es producto de ambas culturas, por un lado de las sangrientas prácticas indígenas (los sacrificios) y por otro de la religión católica que venera el sacrificio de Jesucristo en la cruz.


Una palabra clave para entender dicha orfandad del mexicano es “malinchista”. Este adjetivo se le adjudica a aquellos que prefieren lo extranjero en vez de lo nacional y proviene del personaje histórico de La Malinche –quien, como se sabe, no solo fue la indígena que ayudó a Hernán Cortés a comunicarse con los mexicas, sino también su amante–. Cortés y La Malinche, más que ser personajes históricos, son símbolo de un conflicto que el mexicano aún no resuelve; pues el mexicano no se identifica como español ni como indio, pero tampoco se afirma como mestizo, sino que se vuelve hijo de la “nada”, se siente en plena orfandad.
Cortés y la Malinche, José Clemente Orozco (1926)
La soledad individual

A manera individual, los mexicanos son entes que se encierran y se ensimisman, que son celosos de su intimidad y de la ajena, que ponen una muralla entre la realidad y su persona y todo esto se refleja en sus ideales y lenguaje. El resultado son personas parcialmente ajenas al mundo y a sí mismas. Ejemplo claro es el antiguo ideal de hombría, “el macho” era aquel que no se rajaba, aquel ser estoico que se mantenía cerrado, un individuo invulnerable al dolor y capaz de callar a toda costa lo que se le ha confiado. En el otro bando están los que se rajan (del término “raja” o “rajada” que significa abertura), los que se abren, los cobardes, los que contaban los secretos que les fueron confiados, los incapaces de afrontar peligros como se debe.
Indio Fernández, @MafafasMusguitos
Nuestro lenguaje también delata nuestra forma de ser. Octavio lo ejemplifica con aquella expresión altisonante tan común entre mexicanos que la usan para ofender: “Hijos de la chingada”. El poeta hace una minuciosa investigación para definir el verbo chingar y averiguar por qué es ofensivo.

La palabra “chingar” tiene múltiples significaciones; pero en general implica una agresión, pues es un verbo que denota violencia, que implica salir de sí mismo y penetrar por la fuerza al otro. La idea de romper y abrir reaparece en casi todas las expresiones y conjugaciones pero la eterna dialéctica entre lo abierto y lo cerrado recae en estas dos: 
  • El/lo chingado: pasivo, inerte y abierto. Es atribuido usualmente a las mujeres o a aquellos que salieron perdiendo frente a otro. 
  • El que chinga: activo, agresivo y cerrado. Usualmente se atribuye al macho o al que es bien vivo (o muy bueno para algo).
Por lo tanto, el verbo “chingar” indica el triunfo de lo fuerte contra lo abierto; pero, ¿qué es la chingada? Es la madre abierta, violada o burlada por la fuerza. Por otro lado, el símbolo de lo cerrado y agresivo es el padre, quien solo es capaz de “chingar”. Por ello, cuando se quiere demostrar superioridad ante otro se le dice “Yo soy tu padre”.

Otra actividad que transparenta la forma cerrada del mexicano se encuentra en aquel combate verbal constituido por alusiones obscenas y de doble sentido: el albur. Por medio del albur el contendiente busca vencer a su adversario mediante ingeniosas combinaciones lingüísticas cargadas de alusiones sexualmente agresivas, el perdedor es aquel que se queda sin ingenio para contestar, lo que produce una especie de “violación” lingüística ya que el perdedor ha sido “abierto” por el otro.

Octavio Paz cree que es comprensible y justificable que el mexicano se encierre en sí mismo, por un lado, por la hostilidad que se vive entre los mismos paisanos y también porque nuestra historia está plagada de héroes “machos” –como Miguel Hidalgo, Emiliano Zapata, Cuauhtémoc, Pancho Villa, El Pípila, los Niños héroes, etc–.

El papel de la mujer

Bajo la idea de dicho ideal del “macho” cerrado, en aquellos días la mujer era considerada de naturaleza inferior, ya que por cuestiones naturales al entregarse “se abre”. Al ser considerada como inferior, era vista como un instrumento que tenía que cumplir los deseos del hombre o sencillamente serle útil, lo que la deslindaba de su vida personal, de sus deseos y voluntad propia. El género femenino era considerado un objeto, un símbolo de fertilidad que servía para la continuidad de la raza y para educar a los niños; Octavio remarca que esta denigración a la mujer fue herencia española.

A pesar de ello, había mujeres que se acercaban al ideal masculino de macho: las consideradas “sufridas”, aquellas que eran menos sensibles al dolor, invulnerables y estoicas, aquellas que en la cultura popular eran malas, impías o mujeres independientes que buscaban a los hombres y luego los abandonaban.
María Félix
La festividad mexicana

México es un país lleno de fiestas y celebraciones tanto religiosas como patrióticas. Pocos lugares en el mundo pueden tener fiestas religiosas como las tiene México; ya que no solo nuestro calendario está poblado de ellas, sino que cada pueblo festeja al santo de su devoción particular. También existe el 15 de septiembre –el Grito de independencia– cuando se celebra una de las fiestas patrias más queridas que según Octavio es quizá el día en que el mexicano grita todo lo que puede y quiere para mantenerse callado lo que resta del año.

Es muy criticable que anualmente se tengan tantos asuetos, celebraciones y fiestas; ya que es bien sabido que se gasta mucho en tan magnos eventos, tanto así que el autor menciona que nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Sin irnos tan lejos, es bien sabido que en algunos pueblos o colonias populares se gasta más el presupuesto en cohetes, comida, bebida y adornos para la festividad que en cosas que requieren más urgencia como la pavimentación, las reparaciones, las escuelas, etc.    


Entonces si son tan perjudiciales a la economía y la estabilidad, ¿porqué se siguen celebrando?  El poeta sostiene que el solitario mexicano busca cualquier pretexto para reunirse e interrumpir la marcha del tiempo y celebrar. Ama las fiestas y reuniones públicas porque en estas celebraciones desea embriagarse de ruido, gente y colores; en pocas palabras, en ellas el mexicano descarga su alma. Pareciera que solo a través de la fiesta los mexicanos logran saltar ese muro de la soledad que ellos mismos se auto-imponen y que los tiene atados todo el tiempo, “abrirse” con su compatriota, salir de sí mismos y dejar atrás sus frustraciones y  tristezas.

El mexicano frente a la muerte

Para el prehispánico la muerte no era el fin natural de la vida, sino una fase de un ciclo cósmico infinito, ya que con su muerte alimentaba la voracidad de los dioses que siempre estaba insatisfecha. Por ello, el sacrificio era una práctica divina; con la muerte se pagaba la deuda por la especie a los dioses y se alimentaba la vida cósmica y social. Por ejemplo, para los aztecas la muerte era la manera más profunda de participar en la regeneración de las fuerzas creadoras que siempre están a punto de extinguirse si no se les proveía de sangre. Había un sentimiento de que la muerte no les pertenecía a nuestros antepasados y por eso mismo sentían que su propia vida no era realmente suya. Este sentimiento era obvio al ver que la vida, la clase social y la muerte de cada hombre se determinaban a partir de “espacios-tiempos” marcados por el calendario sacerdotal.

Con el catolicismo, la idea de sacrificio y de salvación cambió, hubo un giro de lo colectivo a lo individual. Es decir, mientras que anteriormente se sacrificaban individuos por la salud del universo y la colectividad, se pasó a cuidar solo de la individualidad para la redención –ya que, con el sacrificio de Cristo, es posible que cada individuo se salve, pues en cada uno hay esperanzas y posibilidades de multiplicar la especie–. La libertad con el sacrificio de Jesucristo se humaniza y comienza a importar más el individuo que la colectividad.

Como se ha intentado explicar, en ambas culturas había una significación distinta de la muerte: para los prehispánicos, un medio para la subsistencia; para el catolicismo, solamente un tránsito entre la vida temporal y la ultraterrena. En cambio hoy en día, la muerte es concebida solo como el fin de un proceso natural, por lo que para la mayoría de culturas todo funciona como si la muerte no existiera. Mientras que otros países evitan siquiera mencionarla, el mexicano la festeja, se burla de ella, la ve de frente; lo trágico según Paz es que más que significarla la ve como su juguete favorito. En la época de Octavio Paz –y pareciera que en la actual– nadie piensa en la muerte personal y, por tanto, nadie vive una vida personal. Hay una colectivización de la vida que trae como resultado que se pierda el significado de la vida misma y de la muerte. Vida y muerte son inseparables, de modo que cuando se pierde la significación de una la otra se vuelve intrascendente. Para el poeta esto es trágico, porque si no tienen ningún valor la vida y muerte propias menos la tendrán las del “otro”.
El jarabe de ultratumba, José Guadalupe Posada (desp. 1988) 

La propuesta de Paz

La historia y la cultura pueden esclarecer y ayudarnos a comprender rasgos de nuestro carácter colectivo, por ello es tan importante que nos adentremos en ellas y busquemos entender un poco más no solo de nuestra patria, sino de nosotros mismos. Las circunstancias históricas explican nuestro carácter en la medida en que nuestro carácter también las explica a ellas. Como vimos, todo mexicano –independientemente de su clase social– se “cierra”, está inmerso en el mismo sistema de valores, lucha contra las mismas entidades imaginarias y fantasmas del pasado engendrados por nosotros mismos en las épocas de la Conquista, la Colonia, la Independencia, etc.

Toda la historia de México puede verse entonces como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas. Para Octavio Paz una de las soluciones para esta orfandad reside en la búsqueda de una filosofía mexicana que aspire a tener validez universal, que no solo busque remediar nuestras necesidades sino que se preocupe por problemas que afligen a todos los hombres, que sea filosofía a secas. Así, la filosofía se vuelve una tarea salvadora y urgente que no tendrá por qué examinar nuestro pasado intelectual, sino ofrecer una solución concreta, algo que dé sentido al hombre.

Para el poeta, la historia mexicana es solo un fragmento de la historia universal ya que en su obra nos menciona que toda forma de gobierno y los movimientos históricos de México están influidos por pensamientos extranjeros, a excepción de la Revolución Mexicana. Según Paz, la Revolución fue un movimiento armado que careció de ideas –tanto internas como externas–, pero que era necesario para los afligidos. De hecho, lo considera como el único momento histórico en el que hemos actuado de manera independiente, sin tomar ideas de otros países. Entonces, Paz da a entender que los mexicanos no hemos creado ideas que nos puedan ayudar y mucho menos ayudar a otras naciones. Por eso la filosofía no debe seguir siendo una reflexión sobre las actitudes que México ha tomado respecto a ideologías o sistemas filosóficos propuestos por la historia universal, sino que debe proponer ideas para el mundo.

La mexicanidad para el poeta ha sido entonces hasta ahora una manera de no ser nosotros mismos, una manera reiterada de ser y vivir otra cosa, algo que hemos tomado prestado; ya que los mexicanos no hemos inventado una forma que nos exprese, por lo que no hemos podido identificarnos con ninguna forma o tendencia histórica concreta.

La propuesta de Paz es que nos abramos al resto del mundo y veamos que no somos las víctimas, sino que todo pensamiento puede ser mejorado para ser empleado en cualquier lugar; que la historia universal es ya una tarea común y que podemos ser huérfanos de pasado, pero tenemos un futuro por inventar. Nuestro laberinto es el de todos los hombres.

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